La segunda vida de la repelente Camille

Camille, nuestra chica | Canal+ Francia
Camille, nuestra chica | Canal+ Francia

Camille es un niña repelente. Posee un rostro perturbardor, enmarcado por un pelo rojo-infierno que resalta unos ojos que miran raro, como buscando en quien tiene delante cualquier arista a la que encaramarse y dirigir preguntas impertinentes con esa voz chillona y estridente. Su inocencia parece una pose, da hasta grima. Pero si Camille causa estupor en quien la rodea no es por eso sino porque está muerta. Vive, pero está muerta. Es el primer aparente milagro que conocemos en ‘Les Revenants‘ aunque antes de ella, lo iremos sabiendo poco a poco, llegaron más y más llegarán posteriormente. Camille, eso sí, es el hilo conductor de una perturbadora historia narrada en ocho capítulos. Es un misterio fantástico cuyo punto de partida es la resurrección de algunos muertos en una pequeña localidad de montaña situada en algún lugar de Francia.

Vuelven sin ser realmente conscientes de lo que ocurrió con ellos ni de cuánto tiempo ha pasado desde que abandonaron el mundo. A veces son pocos meses; en otros casos, décadas. Sin embargo, para ellos la muerte que no recuerdan sencillamente no ha existido: fue tal vez un parpadeo, un vahído del que despertaron sin saber cómo ni por qué al minuto siguiente. Solo que nada sigue en el punto en el que lo dejaron. La presentación de Camille nos lo explica desde su punto de vista: encontrarse de repente y como por arte de magia en medio del bosque, de noche, asustada y empezar a andar hacia su casa. Como espectadores aventajados ya sabemos a esas alturas que la niña falleció tres años antes en un accidente de autobús junto al resto de compañeros de su clase (tranquilos, no es ‘spoiler’: son los primeros tres minutos de la serie).

Si usted es de lo que siguen a este pato recordarán que de una forma u otra, hasta aquí ‘Les Revenants‘ comparte un punto de partida más o menos común con ‘In the flesh‘, de la que ya hablamos. En aquella, los muertos vivientes regresaban a sus vidas provocando un ‘shock’ en sus familias y en el entorno que les enterró, dando lugar a situaciones más o menos extremas. En este pueblo galo todo es aparentemente más natural que en el Reino Unido. La procesión va por dentro y hacerlo creíble es el gran mérito de una producción excelente, de una música que acompaña la trama de forma perfecta y, sobre todo, de un reparto  -incluida Camille, hay que reconocerlo- que le aportan a la narración unos sentimientos, una sensibilidad y una verosimilitud que conmueven.

Imaginen el asunto. Un ser querido que lleva muerto años y que de repente aparece en su sofá comiendo un bocadillo mientras ve la televisión, como si solo hubieran pasado unas horas desde la última vez que se sentó allí. Y usted entra al salón y se lo encuentra. ¿Qué pensaría?¿Qué le pasaría por la cabeza, qué sentiría? Aunque no deje de ser fantasía, seguro que la reacción que piensa está reflejada en la serie, sea solo incredulidad o haya en la expresión emoción, miedo… o alegría por recuperar a alguien. En algún caso, hasta enfado por lo ‘inoportuno’ de que alguien vuelva para comprobar que, como se suele decir, la vida sigue sin ellos. En cualquier caso, la manera en la que cada cual encara el fenómeno subyace en los rostros, en las miradas, las voces y las acciones de los vivos a lo largo de los ocho episodios, como una trama secundaria pero que por el extraordinario trenzado de interpretación, fotografía, música y ritmo, habla casi más que la historia que busca desentrañar el misterio, el porqué de que ellos -ellos, precisamente-, hayan regresado de entre los muertos en una aparente ‘segunda oportunidad’.

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La serie es claustrofóbica. El pueblo es ya pequeño de por sí pero con el discurrir de los capítulos sus paredes parecen encogerse aún más. El espacio se reduce y las tensiones no tienen salida. Imposible escapar de la atmósfera asfixiante. El cielo siempre está cubierto, la acción se desarrolla de forma lenta e inexorable en una suerte de atardecer perpetuo. La música, interpretada por los británicos ‘Mogway’, redunda en el tono oscuro, triste y plomizo que anticipa de alguna manera un final nada feliz a esa situación tan excepcional. Es ese tono lo que empapa cada fotograma, la incredulidad impresa y la incertidumbre máxima del tiempo que, si bien parece detenerse o incluso ir hacia atrás, en realidad avanza -vaya si avanza- para todos, para los vivos y para los muertos.

Una crítica habitual en las reseñas sobre ‘Les Revenants’ es que su final es muy abierto y deja por explicar muchos de los misterios que van surgiendo y tampoco ofrece una explicación sobre lo que está pasando. Uno recuerda el final de ‘Perdidos‘, paradigma como ‘abre-frentes’ que luego quedan en el aire, y casi lo agradece, aunque como ya parece estar rodándose la segunda temporada, supongo que la idea era dejarlo así para ir desarrollando la historia. Esperaremos a ver qué nos ofrecen, que se han ganado el beneficio de la duda. Será necesario porque, como el propio ritmo de la serie, la digestión de lo que vemos es lenta. Hay que masticar bien esas últimas escenas en las que… ¡veanla!

Adèle y sus fantasmas. En sentido literal
Adèle y sus fantasmas. En sentido literal

De lo ‘SPOILER-ABLE’ que puedo comentar acerca del final, varios detalles. Tras un primer visionado también quedé un poco descolocado con la conclusión. Si durante toda la serie se envía un mensaje subliminal que predice un destino funesto, la última hora de la producción remarca el papel preponderante de la muerte y su presencia casi continua. No sabemos el motivo de su concesión a los resucitados pero lo que parece obvio es que ella manda; rompe las reglas, sí, pero manda. Puede que tenga que ver con el accidente en la presa que anegó el antiguo pueblo y en el que murieron decenas de personas; puede que permita una venganza individual de alguien o una manera de arreglar cabos sueltos en vida. Tal vez. Lo que parece claro también es que la religión no es la causa: no hay gloria en la ‘vuelta’ y no existe un ‘cielo’ que nadie recuerde. Resulta significativo que sea el sacerdote, precisamente, uno de los más escépticos con el tema, incapaz de explicar lo que sucede pese a que, lógicamente, es una de las presuntas autoridades en el asunto.

Victor, el niño misterioso
Victor, el niño misterioso

Me llamó la atención el detalle del rayo de sol al final, cuando el pueblo amanece a un nuevo día después de que la ‘horda’ haya desaparecido. La luz se filtra a través de las nubes y creo que ese fue el momento más brillante de los ocho capítulos en cuanto a iluminación. Como si hubiera alguna  esperanza pese a ese nuevo paisaje urbano que se presenta ante sus ojos. ¿Más simbolismo? El pueblo nuevo corre la misma suerte que el viejo: anegado por las aguas.

El agua. Entre los detalles a los que me ha abierto los ojos el excelente artículo de ‘Jot Down’ sobre la serie, la alusión al agua es uno de ellos. Tiene razón en que el líquido elemento es otro de los protagonistas de la trama al que no se le presta mucha atención. Hay muchos ‘cameos’: el nivel en constante descenso de la presa, la inundación del pueblo, el ataúd de Camille, los animales ‘suicidados’… hablo de memoria pero no recuerdo ningún capítulo en el que llueva lo que no me parece casual, como lo que decía antes del rayo de sol. El agua, como la muerte, es una fuerza imparable que, a su ritmo, puede con todo.

Por último, una reflexión, una más. La llegada de los muertos vivientes es algo excepcional. Sin embargo, el hecho remueve las conciencias de sus familiares más cercanos despertando traumas, resucitando (valga la redundancia) fantasmas o sacando a relucir miedos. Todos, sin excepción, tienen algo inconfesable que les corroe por dentro y lo extremo de la situación provoca reacciones incontroladas (violencia, obsesiones, etc.). Así que yo me pregunto, ¿qué necesita realmente una persona para que se le cruce un cable y haga algo que en realidad no haría en condiciones normales?

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